Dicen que Cádiz es una tierra de salero y eso, que es un secreto a voces, no se debe en exclusiva a la gracia e ingenio de su gente, sino a es oro blanco, la sal, que se cultiva desde la época fenicia en sus salinas, las de la Bahía de Cádiz.
Muy apreciada en la alta gastronomía, es la flor de sal, esos pequeños cristales que flotan en la superficie, la más valorada en un arte, el gastronómico, que aquí, en Cádiz, no se entiende sin la sal de su Bahía.
Sal que es clave en la elaboración de muchos platos, sobre todo de pescados (pargo, lubina, dorada…) y mariscos (langostinos de Sanlúcar de Barrameda), a los que realza el sabor. Y, má aún, en la elaboración de esas exquisiteces que son los salazones y conservas.