Desde hace unas semanas (mediados de agosto), Cádiz, su costa, mira tierra adentro; a esa frontera natural y singular entre las aguas del Atlántico y los verdes pinares costeros.
Mirada que, como viene sucediendo desde hace miles de años, se detiene en ellas, las salinas, enclaves naturales en los que aún hoy se cultiva uno de los productos más naturales que existen, la sal. Auténtico oro blanco de un territorio que, tiempo atrás, llegó a confiarle hasta 5.000 hectáreas en la Bahía de Cádiz.
Pasear por la Bahía de Cádiz, por muchas de esas rutas que, preferentemente, transitan por los municipios de Chiclana de la Frontera, Puerto Real y El Puerto de Santa María, y avistar esas pequeñas ‘sierras nevadas’ es algo mágico; con estampas que, a pesar del paso de los siglos, no han cambiado.

De hecho, así lo entendemos nosotros, perderse por este entorno es como hacer un viaje en el tiempo, disfrutando de ese puzle de blancos impolutos que, muchos siglos antes, beneficiaron a fenicios, romanos y tantas otras civilizaciones. Sin lugar a dudas, es una de esas experiencias que os recomendamos.
Muchas horas de sol, precipitaciones moderadas y, eso sí, su buenas dosis de viento de levante son suficientes para que se produzca el gran milagro de la sal. Milagro que se origina por la evaporación del agua y la cristalización de la sal.
Ni que decir tiene que gran parte de culpa del buen sabor de la gastronomía gaditana, sobre todo de esos exquisitos pescados a la sal, es de ella, la sal.