Hace más de 500 años, a orillas de una de las localidades más marineras de la costa de Cádiz, se levantó una de esas edificaciones que ‘rompieron’ su perfil. Un espacio que miraba al mar de frente, de marcado carácter pesquero, pero, sobre todo templo de atunes. De grandes atunes rojos que se levantaban frente a las costas de Conil de la Frontera y que, nada más llegar a tierra, se ronqueaban y salaban.
Y es que tras los muros de la Chanca de Conil se han escrito mil y una páginas de la intensa historia entre Cádiz, su costa, y los gigantes de plata, esos que llegados el mes de mayo aceleraban el pulso del Conil almadrabero.
Historias que en gran parte ahogó el maremoto de 1755, pero que hoy siguen muy vivas en un espacio que, fiel a su cita, es escenario del primer ronqueo de la temporada.